«La transición española que no nos contaron», por Emilio Sánchez

Un 3 de marzo de 1976,  pocos meses después de la muerte del dictador Francisco Franco, cinco obreros fueron asesinados por la policía armada en la ciudad de Vitoria al salir de una asamblea. Fue un crimen que sacudió los cimientos del tambaleante régimen y movilizó a todo el mundo laboral y antifranquista de la época. A día de hoy, estos hechos demuestran lo poco pacífica que fue la transición española y, en especial, lo complejo que fue llegar al sistema de libertades actual, con sus carencias y imperfecciones.

Desde las élites periodísticas y políticas, en especial las más conservadoras, se ha considerado a la Transición española como modélica, pacífica y basada en el consenso. Se ha exaltado el papel de figuras como Adolfo Suárez o el propio rey Juan Carlos I. La historia, sin embargo, es más cruel: entre 1976 y 1981 fueron asesinadas entre 600 y 700 personas a manos de bandas vinculadas a la extrema derecha o por cuerpos policiales, esencialmente Policía Armada y Guardia Civil. La transición estuvo plagada de violencia, de la matanza a los abogados de Atocha a los asesinatos de Yolanda González o García Caparrós. En palabras de Mariano Soler: “La Transición no es el cuento de hadas que nos cuentan. Cada vez que había una fecha decisiva para el cambio político se recrudecía la violencia política en la calle por parte de la extrema derecha. El objetivo era que la calle no fuera de izquierdas”.

Tal era la actividad en las calles que en el año 76 se perdieron más de 110 millones de horas de trabajo debido a los más de 3.500.000 huelguistas que secundaron las movilizaciones. Todo por conseguir una sociedad igualitaria, justa, democrática y, en muchos casos, republicana.

Borremos de una vez por todas el cuento de hadas de la Transición de nuestro imaginario colectivo. No fue pacífica, fácil ni un regalo de las élites

Fueron estos millones de personas mujeres y hombres anónimos que pelearon en sus fábricas y en sus barrios frente a la amenaza de cárcel, hambre y tortura a quienes debemos hoy las libertades de las que gozamos. Hoy, con una clase trabajadora estamos pasando grandes dificultades económicas, sociales e incluso de identidad de clase, con un neofascismo amenazante ya en nuestras instituciones, debemos echar la vista atrás. Debemos recordar el ejemplo de nuestros jubilados de hoy, que fueron los revolucionarios de entonces. 

Borremos de una vez por todas el cuento de hadas de la Transición de nuestro imaginario colectivo. No fue pacífica, fácil ni un regalo de las élites: fue el resultado de años de lucha, represión, miedo y dolor por parte de millones de personas que no tenían nada que perder.

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